miércoles, 14 de enero de 2009

Carta a Karen:


Se necesita un corazón de roca, seco, oscuro y frío para olvidar el barro en mis manos y en las tuyas. Debería tener sentimientos de hoja en blanco, para desechar la imagen de tu risa, de tu brazo enlazado con el mío en el patio del colegio. Tendría que dejar de ser yo, para dejar de recordarte y de profesar un cariño puro, lozano y primario hacia ti.


Increíble pero cierto, habiendo pasado años, días, amigos, historias y experiencias por montones, una mañana te encuentro en la esquina de mi nueva casa. Y cuál no es mi sorpresa, al acercarme a ti y saludarte como si te hubiera visto ayer. Y cuál no es mi emoción al abrazarte, a ti, tan pequeña como yo, tan frágil y tan pero tan querida por mí. Juro que ese abrazo, fue el triunfo del cariño sobre el tiempo transcurrido.


Karen, una palabra, tu nombre, tus ojos, nada más. Verte, ver esas cejas que nunca olvidaré, verte pequeña, hábil, extraña (siempre te he encontrado así), con ojos preciosos, solo verte.

Aunque pasen tantos años, tantas experiencias que cada una ha podido vivir, aunque el mundo nos pase por encima, aunque nos dé la irónica chance de permanecer juntas lo que dura una estación de metro, ese verte, hablarte, reírme contigo, es un regalo venido de otro tiempo. Es sentir nuevamente junto a mí, la sensación de esos regalos lindos, que se te dan una sola vez, como la muñeca que recuerdo de mi infancia, como las manos de mi abuela, como los aromas que ya no existen, como las salas de clases, que tal vez ya no están, como esa amistad que tuvimos por muchos años, y que tanto nos enseñó.


En una entrada anterior de esta bitácora, señalé que los amigos son como espejos, y si lo escribí sé que lo hice pensando en ti y en otras personas que me han marcado. Espero que la vida nos junte graciosamente alguna otra vez. Te quiero mucho, y te espero, amiga.